SIETE LEGUAS SOBRE EL AGUA DULCE

Dejando atrás las tierras altas nos dejamos sumergir en lo profundo de la isla.

Cuando el grupo se dividió en el Ternero, porque tres debían regresar, Leonardo Ferreyra calló y oyó cómo se habían nombrado los lugares en los primeros tiempos de errabundear por el agua dulce de esta comarca.

Leo escuchaba al Guarú llamando a las cosas por sus nombres:

—Éstas son las Tres Curvas. Éste es el Bañado la Primavera. Esta zona se llama De las Flores.

—¿Cómo conocés tantos nombres, Mono?

—Se los ponemos nosotros, Mono.

—Ajá…

Al segundo día Leonardo Ferreyra desoyó, desobedeció y, cual expedicionario adelantado, fue nombrando por primera vez cada recodo, cada boca, cada árbol.

—Acá vinimos con Marcelito una vez y percibimos que el lugar estaba cargado de algo extraño.

—Bueno… Va a llamarse “La playa tipo Lihu”.

—Estas son las playas del Baldomero.

—Ahora serán las De los Rayadores Violentos.

—Éste es el Canal Sin Kayakista.

—Desde ahora es el Meones Medio.

—Aquel es el Árbol Triste.

—Ahora es el Árbol Feliz.

—A éste le dicen los Bueyes.

—Será La Cadera de Mar.

—Tas loco, Mono.

—Sí, Mono.

Después recordaron las enseñanzas del Anciano Gabriel, Miembro del Consejo, y se pusieron hojas de camalote entre la gorra y la cabeza, entonces el sol dejó de achicharrarles el cerebro y dejaron de nombrar cada recodo, cada boca, cada árbol.

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