De la contradicción y el poder del ambientalista

Texto leído en la VI Asamblea de los Pueblos Fumigados realizada el 21 de febrero de 2016 en Andino (Santa Fe-Argentina)

 

Es tiempo de ver en profundidad a la naturaleza y a nuestras contradicciones más aberrantes. Es tiempo de dejar de ver las cosas como somos para empezar a verlas como son.

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Primera parte: la contradicción.

 

Primero debemos aceptarnos como ambientalistas. Un ambientalista puede ser muchas cosas. Un Cyber activista, un militante de Greenpeace, una oveja negra dentro de su trabajo, dentro de su pueblo o familia. Un ambientalista puede ser un fotógrafo, un huertero, un reciclador, un banquero de semillas, alguien que sigue campañas, que habla, que cuenta, que contagia, que consume menos, que cambia de consumo, que se ejercita en cuerpo y mente. Un ambientalista puede ser el personal de una fábrica bajo control obrero, que quiere dejar de vivir en un barrio contaminado. Un panadero que decide dejar de hacer pan con harina de trigo fumigado, un verdulero que reemplaza el mercado central por el vecino huertero. Un ambientalista puede ser muchas cosas, pero es momento de empezar a buscar posiciones en común que permitan sortear, o por lo menos ver y reflexionar sobre nuestras propias contradicciones. Si un mérito tiene el capitalista, el dueño del campo que decide sembrar organismos modificados de forma genética, que decide fumigar aunque los vecinos, los cuidadores y los operarios de las máquinas mueran de cáncer, y sus hijos de leucemia, si una cualidad tienen estos empresarios del forraje y el biocombustibles es que son coherentes, sin contradicciones. Todos han unificado criterios de pensamiento y acción para ir hacia un mismo horizonte. Todos se quejan, todos dicen que el Estado no los ayuda, todos dicen que se ven obligados a sembrar así, todos dicen que los costos son elevadísimos… todos dicen lo mismo, todos son coherentes gracias a este sistema que les permite dejar de producir alimentos para producir mercancías. Por el otro lado, el ambientalista vive inmerso en contradicciones que no le permiten unificar una idea, un discurso, que le hacen creer que puede derrotar a un gigante alimentado por el capital y el Estado utilizando la fuerza y que, algunos años más tarde, lo volverán un sobreviviente de las mil derrotas que no se cansará de repasar.

 

Si miramos en profundidad nuestras propias contradicciones veremos cómo, por ejemplo, el que odia al que enjaula pájaros para vender, come una hamburguesa en una cadena de comida basura: de cuántas vacas distintas está hecha esa hamburguesa, qué tamaño tenía el feedlot donde esas vacas de la hamburguesa pasaron sus días al sol de verano sin un árbol donde sombrear, sin una lagunita donde refrescarse, sin un pasto natural de qué alimentarse. ¿Sabrá el que se queja porque enjaulan pájaros cuántos días de cautiverio vivieron las vacas que forman esa pequeña hamburguesa? ¿Sabrá cómo murieron esas vacas y a cuánto les latía el corazón al momento en que el martillo neumático les dio el golpe final? Negro hijo de puta que vende cardenales, se queja y traga su hamburguesa formada por los pedazos de cien vacas criadas en cautiverio. Contradicciones. Justificarnos en la “legalidad” de un hecho aberrante no tiene razón de ser.

 

Otro de los grandes ambientalistas, de los que realmente saben de naturaleza, que sistemáticamente se ponen a estudiar, a viajar, que no son de biblioteca sino del barro, que se pasan sus horas más felices y dignas entre mosquitos, palometas, camalotes, congelándose en un glaciar o asándose en el Parque Nacional Copo, es el fotógrafo de naturaleza, el que quiere la nutria comiendo verdolaga en las horas del atardecer, cuando la luz del sol no quema los cuerpos desde arriba; pero ese fotógrafo, al ver el nutriero revisando las trampas ¿acaso no prefiere que el nutriero viva en una villa miseria juntando cartón, pero que no le mate las nutrias de la foto? En la contradicción muchas veces nos olvidamos de nuestra propia especie. El costero es bueno cuando nos invita a su rancho a pasar una tormenta, pero qué hijo de forro cuando toma su escopeta y sale a matar animalitos. Contradicciones.

 

Las riñas de gallos son malas, pero comer huevos de gallinas presas es bueno. Estos días circuló el video de los humanos sacando del agua al delfín —insultos, bronca, debate—. Pero cuánto nos indignamos cuando se hace lo mismo con palometas, mojarritas o taruchas. Tal vez sea por la santa condición de mamífero que tiene el delfín.

 

Que te fumiguen es malo, pero comer harinas refinadas y fumigadas, choclo Bt de la verdulería o milanesas de soja es bueno. Contradicciones que, como primera instancia, debemos aprender a ver. No digo superar… simplemente aprender a ver. Ver para saber, saber para discutir, discutir para caminar la transición.

 

Greenpeace tiene a Cali Villalonga y sus Verdes dentro del gobierno apuntalando al rabino Bergman y al propio Mauricio Macri, que no deja de hablar del medioambiente en cada discurso —paritarias hasta 25 por ciento, pero cuidando el medio ambiente—. No sé si es porque le gusta la naturaleza o porque está buscando militancia joven, pero mientras los Verdes y Greenpeace proponen cambios en materia energética, de residuos y demás, por el otro lado apoyaron en nuestra provincia la candidatura del Senador Carlos Reutemann, responsable de los asesinatos represivos de diciembre de 2001, de la inundación de la capital provincial en 2003, de la privatización del banco Provincia y del AGUA POTABLE, y viculado con lo más oscuro del modelo extractivista de la soja (y la explicación de Cali Villalonga justificando el cese de las retenciones a la megaminería es imperdible, búsquenla en la red, parece que estuvo charlando mucho con Pray Gay). Contradicciones. Por el otro lado el kirchnerismo, que logró gran apoyo luego de enfrentarse a las patronales del campo, impulsó la expansión de la frontera agropecuaria del monocultivo, el desmonte y el cáncer levantando las banderas del Plan Agroalimentario 2020. 20 millones de hectáreas monocultivadas para el año 2020 (que ya se alcanzaron sólo con soja en 2015). Contradicciones. Si pensamos que la Forestal fue la culpable de la desertificación del Chaco… ¡ay de las consecuencias ambientales de la década ganada! Aves Argentinas, la organización ambientalista más vieja de nuestro país —ya con un siglo de historia— se dedica en los últimos años a defender pastizales logrando que los terratenientes más grandes de Argentina (arroceros, sojeros, ganaderos, esclavistas y ladrones), a cambio de defender algunas praderas herbáceas donde se encuentran aves en peligro, puedan exportar carne “orgánica” al extranjero. El ambientalismo al servicio de los grandes propietarios de la tierra. Por nombrar dos ejemplos de “productores sustentables” según Aves Argentinas, que exportan carne en esta zona, les cuento: uno tiene a su puestero de la isla, en la Boca de la Milonga, en condiciones de indigencia y pobreza extrema, sin agua potable ni baño, con un rancho que deben correr cada vez que la barranca se erosiona, con más de ochenta años de edad y actualmente internado en el hospital público de Granadero Baigorria. Contradicciones. El otro de los “productores orgánicos” de carne de nuestra zona, cortó arroyos con terraplenes para pasar con su camioneta, endicó una laguna de agua dulce prohibiendo la entrada y salida de los peces migratorios, se apropió de un sitio arqueológico, permitió que se extrajeran de él 16 cuerpos humanos pertenecientes a la nación chaná y robó, con complicidad de funcionarios del socialismo santafesino, más de 1000 hectáreas de humedales que la Municipalidad de Rosario poseía en las islas entrerrianas. Y la organización ambientalista más grande y antigua de la Argentina los considera productores sustentables. Contradicciones.

 

Es importante vernos. Vernos en profundidad para primero aprender a matizar dónde nos salen a la luz esas contradicciones que ellos —los hacedores del cáncer— no tienen. Porque si una virtud tienen los sojeros, es que son coherentes.

 

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Segunda parte: el poder.

 

Otra cosa que debe aprender a hacer el ambientalista es observar en profundidad a la naturaleza. Si quiere lograr un mundo mejor, debe empezar por saber que el mundo mejor posible, es el que tiene armonía entre la naturaleza y la cultura. No hay armonía si vivimos en el litoral de la pampa y queremos dormir en febrero con 15 grados de temperatura en la habitación, porque no estamos observando la naturaleza sino yendo contra ella, forzándola a actuar contra ella misma, cuando ella misma tiene esas temperaturas preparadas para otros momentos del año. Empezar a caminar con la naturaleza es empezar a observarla. Si es de noche, dentro de nuestra vivienda no debe ser de día. Una luz tenue o una vela que simule un pequeño fogón nos ayudará no sólo a prepararnos para dormir mejor sino a entender a la Gran Madre. Se acerca una polilla al foquito, ¿por dónde entró a la casa? Mi gatita doméstica vuelve a sus instintos de ser montaraz y se prepara para cazarla. Como hay poca luz mis sentidos están más alertas y puedo escuchar mejor los grillos y ranas de afuera. Empiezo a vincularme con la Tierra, en vez de alejarme de ella encendiendo un televisor o pasando las horas de oscuridad y silencio enceguecido por las luces del Facebook. El poder del ambientalista no radica en firmar una petición de Change.org sino en aprender a ser uno con lo que desea defender. Un balconcito lleno de aromáticas en un edificio del centro de San Lorenzo no me va a dar de comer, pero me va a permitir ser uno con lo que amo, y hacer que mi balconcito contagie. Un pequeño patio de mi vivienda que decida no monocultivar con pasto o tapar con cemento, que decida sembrar con tomate, lechuga, zapallito, lo que sea… me va a permitir ahorrar dinero, consumir menos veneno, menos combustible fósil (¿cuántos kilómetros viaja un tomate hasta que llega a mi casa?). Sembrar mi pequeño patio me va a permitir aprender por dónde sale y se pone el sol durante solsticios y equinoccios, me va a hacer entender por qué es tan importante tomar la caña con ruda el 1ro de agosto, me va a hacer enojar con las maestras de mi hijo, cuando le digan en la escuela que el suelo es un elemento inerte del ecosistema. Hay gente que dice: ahora hay más pajaritos, volví a ver langostas, otra vez hay mariposas… no, mi amiga, mi amigo… no es que ahora hay más, sino que la Madre Tierra te está dando un mensaje de que vuelvas los ojos hacia ella… como cuando eras una niña o un niño. Un niño no tiene ningún prejuicio cuando un bioconstructor le dice: hacemos caca en un baño seco porque no queremos contaminar las napas de agua. El niño es uno con la Gran Madre y a medida que crece el adulto se va encargando de separarlo de ella. Es deber entonces del ambientalista volver a ser uno con la Gran Madre, que no es otra cosa que volver a ser niña o niño. Ejercitar en vernos en profundidad para superar esas contradicciones y ejercitarnos en ver a la Gran Madre en profundidad para empezar a darle sentido a nuestra militancia.

 

Los gigantes en la naturaleza no pueden ser derrotados por la misma fuerza que los hizo gigantes. Ésa es una de las nobles verdades que puede entender el verdadero ambientalista. Si todos los que estamos acá escrachamos a los que fumigan, a los presidentes comunales que permiten las fumigaciones, a los diputados que votaron la ley Bertero. Si hacemos un kilombo terrible acá en Andino, pegamos carteles por todos lados o pintamos stencils contra Monsanto, entonces no habremos entendido esta noble verdad del ambientalista. Los gigantes de la naturaleza no pueden ser derrotados por la misma fuerza que los hizo gigantes. Mientras más fuerza le opongamos al gigante, más poder le damos.

 

Si empezamos a los gritos los vecinos del pueblo se van a ir en silencio a su casa, se van a encerrar hasta que pase el griterío. Los ambientalistas van a empezar a ser los locos, los que no tienen un mensaje serio. Van a quedar cada vez más solos, más aislados, y en ese sano intento por salvar al pueblo van a terminar poniendo a los vecinos del lado del mismo sojero que los fumiga. Es difícil imaginar el poder que tiene el dios Status Quo.

 

Pero a un gigante, aunque suene disparatado, sí lo puede derrotar un virus. Es cuestión de darse cuenta cómo obra la naturaleza. Un virus es tan pero tan chiquito que el gigante ni siquiera sabe que existe, pero tiene la capacidad de reproducirse, okupar las células sanas del gigante y transformarlas para destruirlo por dentro. El ambientalista, entonces, debe ser apenas un virus si quiere ser uno con la Gran Madre y poder liberarla del gigante que la oprime. Un virus que pueda reproducirse, que pueda hacer su trabajo “destructivo” en la célula que tiene asignada, y que jamás caiga en la tentación de querer parecerse al gigante. Ahí es cuando se puede cometer el gran error y echar la buena intención por la borda arruinando todo el esfuerzo.

 

La forma de no cometer ese error, de no caer en la tentación que nos va a terminar condenando a repasar derrotas, es saber equilibrar nuestra balanza. Los hechos hablan por nosotros. Si vamos a firmar con la mano derecha el petitorio para pedirle al presidente comunal que proteja la vida de los niños que están gestando su leucemia, ¿qué hecho habla por nosotros y empuñamos en la mano izquierda? En nuestro pueblo ¿hacemos talleres de bioconstrucción, tenemos un banco de semillas nativas, orgánicas o ancestrales, una biblioteca donde se siembre el cambio, somos un grupo que se dedica al estudio de las “buenezas” comestibles? Erradiquemos la palabra maleza aunque se enoje con nosotros la academia de lengua que dirigen los reyes de España. ¿Hacemos agricultura familiar, estudiamos la deformación de los órganos sexuales de los anfibios que viven en cunetas fumigadas, formamos una cooperativa asamblearia, tenemos una radio, diseñamos balcones y terrazas comestibles, hicimos un mapa del cáncer, filmamos películas sobre los saberes de nuestros más viejos, somos artesanos utilizando el monte nativo como materia prima? …¿qué hecho habla por nosotros en este puño cerrado de la mano izquierda… o somos sólo un “abajofirmante” de nuestra cómoda derecha?

 

En los pueblos fumigados hay pocas huertas cooperativas, pocas bibliotecas populares donde se discuta la transición necesaria, pocos ciclos de cine por el cambio, pocos inventarios de la flora y fauna nativa, pocos rescates de la medicina ancestral, pocas asambleas de vecinos interviniendo sus espacios abiertos, pocas escuelas “creando el patrimonio”. Y acá me detengo: hay un algo imaginario que da vueltas por todas las mentes humanas, de cosas que son —o deberían— ser de todos, pero que no existen sino hasta que se las hace tangibles y populares…. Esto es el patrimonio. Crear el patrimonio es la enfermedad, el resultado de la acción natural del virus, de ése que introducimos en las células del gigante que debemos barrer de la faz de la Gran Madre. El patrimonio de este pueblo, por ejemplo, podrían ser los frutales de los abuelos, los bosques nativos del Carcarañá, los animales que estaban y ya desaparecieron, la medicina natural, las aves que migran desde el Ártico, que atraviesan todo el continente hasta las lagunas que se pierden por la soja los sus canales clandestinos, es posibilidad de patrimonio la tierra que se abre con una pequeña asada y da comida… Pero al patrimonio hay que crearlo. Se forma por ideas colectivas que empiezan desde muy pequeñas, pero que se reproducen y enferman a ese gigante que se hizo fuerte por la ausencia de patrimonio.

 

Nosotros no somos los pueblos del noroeste, que a pesar del genocidio y la persecución siguen cultivando sus terrazas y fabricando sus corrales de pircas. Tampoco somos los hermanos del nordeste, que pueden vivir por mil generaciones cazando y recolectando en la selva sin hacer extinguir una sola especie. No somos como los pueblos del sur, que a pesar de que se festeja su exterminio sistemático en el billete más caro, siguen resistiendo las opresiones chilenas y argentinas, manteniendo su cultura de reverencia a sus lagos y volcanes. Nosotros, en cambio, habitantes de la pampa, somos gente sin identidad con la tierra. Somos los “separados de la tierra”. No sabemos de dónde viene nuestro alimento, quiénes los producen, no sabemos de dónde llegaron las fibras que hacen nuestras vestimentas y mucho menos quiénes las fabricaron, no sabemos cómo curarnos sin depender de laboratorios químicos. Para estar en contacto con la naturaleza viajamos a otras tierras porque creemos que la naturaleza no anda por acá. Le llamamos reserva natural, acá en Andino, por ejemplo, a un paisaje totalmente fabricado por humanos. En Granadero Baigorria también llamamos Reserva Natural a un paisaje “antro-pisado”. Los habitantes de la pampa somos los separados de la tierra. Pero, como dice Teresa Parodi en su canción Tarumba: ningún niño nace feo ni nace malo. También nosotros debemos saber que ningún pampeano nace separado de la tierra.

 

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Entonces volvamos a las ideas originales para terminar este ensayo sobre la contradicción y el poder del ambientalista.

 

Debemos, primero, aprender a vernos para poder entender dónde están nuestras contradicciones. Recordemos: el gigante no tiene contradicciones.

 

Segundo: tenemos que aprender a mirar en profundidad a la naturaleza. Entender que al gigante se lo enfrenta sin oponerle fuerzas, se lo transforma sembrando semillas que penetren en las grietas que deja a su paso. O sea, volviéndonos más pequeño que la más pequeña de sus células. Debemos ser un virus que pueda penetrarlo, reproducirse, enfermarlo y destruirlo.

 

Tercero: los hechos hablan por nosotros. Firmamos con la mano derecha, pero empuñamos nuestra lucha en la izquierda. Bibliotecas, ciclos de cine, huertas cooperativas, producción agroecológica a una escala mayor pero cooperativa, democracia directa, clubes de observadores de aves, manufacturas con materias primas del monte. Todo eso es ambientalismo puro. Pero ojo con esa lucha… que debe entrar en nuestra mano izquierda… si se agranda, no entra en el puño. Debe ser pequeña, familiar, entre amigos, vecinos… lo más lejos posible del Estado. Si el Estado ayuda, bueno, pero en la falsa democracia que tenemos el Estado es apenas la buena voluntad de uno u otro personaje. Un día te quiere, otro te combate. El patrimonio, en cambio, no puede ser combatido por el Estado. Construyamos un patrimonio sin luces, que pueda ser bien aferrado por el pequeño tamaño de nuestro puño. El mundo ama lo que luce. Lo que luce cuando se ilumina por caminos no preestablecidos (por ejemplo, un virus que muta a ser, que quiere ser como el gigante) entonces es cooptado o resistido por el Estado. Cuando no puede se cooptado o resistido por el Estado, es infiltrado por el Estado. Así el Estado, si grande, a todos abraza. Así el Estado, si chico, a todos amontona en la resistencia que después abrazará.

 

No puliendo lo que es valioso, entonces nada puede ser cooptado, resistido o infiltrado. Recuerden, no todo lo que es oro, brilla. Donde no hay plusvalía, donde no hay resistencias de tensión y dolor, donde no hay sobrante o altavoces que proclamen, es ahí que el virus entra muy fácilmente en la célula. O para decirlo de otra manera, es ahí que la semilla germina, la planta crece y las raíces aprovechan freáticas para emerger donde sólo había monocultivos o grietas en el cemento. O como dicen los viejos taoístas: Nada hace la flor, ella “simplemente es” y, como nada hace, florece.

 

Maximiliano Leo. www.puertogaboto.wordpress.com  nuestrorioparana@gmail.com

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